Hoy se cumplen 30 años de la muerte de John Lennon, pero su obra no pierde vigencia. Las reediciones de sus discos conviven en hogares de todo el mundo con los viejos long plays de los Beatles. Un legado artístico inabarcable, un mensaje pacifista y el recuerdo de una vida intensa.
La primera certeza sobre la muerte de John Lennon, el 8 de diciembre de 1980, la tuvo su asesino: Mark David Chapman. “Acabo de matar a John Lennon”, dijo ante los gritos de un portero que le preguntaba si sabía qué había hecho, en las inmediaciones del edificio Dakota, frente al neoyorquino Central Park.
Cinco horas antes, Lennon y su verdugo se habían visto las caras cuando el artista le firmó, a pedido de Chapman, una copia de su disco Double Fantasy. El mismo álbum, con la rúbrica del artista y las huellas del asesino, que el mes pasado fue puesto a la venta en 850 mil dólares por un poseedor anónimo.
Ese 8 de diciembre alguien quedó pasmado frente a la pantalla del televisor al leer la noticia, otro cambió de estación de radio para ver si se trataba de una broma, una mujer lloró en un taxi al escuchar el informativo y un hombre le discutió la veracidad de sus dichos al encargado de una estación de servicio. Escenas como estas se repitieron en todo el mundo. Es que al momento de su muerte, Lennon, que tenía 40 años, ya se había convertido en una figura ineludible en la historia de la cultura moderna cuando, junto a Paul McCartney, George Harrison y, ya en 1962 con la incorporación de Ringo Starr, se delineó la formación definitiva de los Beatles. El grupo que aunque apenas duró diez años, el mismo Lennon definió como “más famoso que Jesucristo”.
Este año, John hubiera cumplido 70, pero se trata de esos artistas a los que la edad y el tiempo vivido no les cuadra si se observa su obra. Es como si hubiera tenido dos, tres vidas o muchas más, portador de sueños que no terminan.
Desde corta edad, John Lennon fue perseguido por miles y miles de fans que gritaban su nombre, le pedían autógrafos, lloraban por obtener, literalmente, un pedazo suyo; por las discográficas que luchaban por regalías y contratos millonarios; por la justicia que quería deportarlo de los Estados Unidos por ser inglés y no tener la ciudadanía, por los medios de comunicación que sabían que cada uno de sus movimientos hacían la comidilla de miles y, fundamentalmente, por sus propias inseguridades y paranoias. Se casó dos veces, tuvo dos hijos, se separó dos veces, volvió con Yoko Ono, su gran amor, tuvo amantes, coqueteó –y de lo lindo– con las drogas, con el alcohol, con las pastillas. Pero, lo más importante, grabó decenas de discos con los Beatles, solo, con Yoko, con hermosas, conmovedoras e inoxidables canciones.
Pasan los años y sus álbumes nunca caen a la mesa de saldos. Por el contrario, tal es la devoción por sus composiciones que tanto la obra de los Beatles como la de su carrera solista fue recientemente remasterizada, y no cede un mínimo de vigencia. Es lo que sucede con los llamados clásicos, esas piezas artísticas que se redescubren y se actualizan con el tiempo. Cada día, en algún rincón del planeta, alguien pone uno de sus discos por primera vez y despierta la atención de sus padres, de sus abuelos que los escuchaban tiempo atrás, y la rueda continúa girando. Lennon fue un artista que sigue atravesando, como pocos, varias generaciones.
Fue tan popular como refinado y tuvo una vida de contrastes, de clarooscuros, que supo con mayor o menor conciencia plasmar en una obra sutil y furiosa.
Por eso hoy, todo lo que a 30 años de su muerte se conoce, se descubre, cobra trascendencia mundial.
Las rarezas, los inéditos, los lados B que siempre aparecen –más cuando se trata de un músico tan prolífico– son hallazgos invaluables para sus millones de seguidores en el mundo, tal como lo demuestran las subastas millonarias, donde siempre se ofertan manuscritos, autógrafos, objetos y letras de sus canciones.
El final. Sus últimos días de vida lo encontraron dedicado a cuidar de su hijo Sean, fruto de su relación con Ono. Al morir John, tenía cinco años. Julian, el hijo que tuvo con su primera mujer, Cynthia Powell (al que apenas veía), tenía 17.
“Recuerdo el ruido que hacía la gente que estaba fuera”, dijo Sean días atrás, y agregó: “Recuerdo las fogatas y las canciones y los cercos policiales”, afirmó el muchacho, hoy de 35 años, al evocar el día en que fans de todo el mundo salieron a las calles para llorar a su ídolo y para tocar música y recordar la indeleble figura de John.
Sean aseguró que esos días los vivió como si despertara de un sueño: “Desde ese momento, no volví a ser niño.”
Julian, en tanto, se dedica hoy a la fotografia. Hasta la semana pasada, expuso sus obras en una galería de arte de Miami. Con muy poco contacto con John, quien desde joven se mostró como un padre ausente con su primer hijo, siempre se muestra distante al nombrarlo. La semana pasada, Julian contó: “Luché toda mi vida por ser reconocido musicalmente, todos piensan que como hijo de John me es fácil escribir canciones pero es un trabajo duro. La fotografía me permitió que la gente vea otro lado de mí.”
El legado que dejó John trasciende, sin dudas, lo musical. Fue un artista integral que hizo de su propia vida un happening, con sus famosos bed-ins junto a Yoko, sus cruzadas pacifistas, su postura política y su irascible carácter .
Como activista, Lennon supo ser portavoz de la paz en una época mundial difícil, donde la guerra se propagaba día a día. Fue él, más que nadie, quien en ese momento imprimió en la memoria del mundo frases elementales, como “Denle una chance a la paz”, “El poder al pueblo” y “La guerra termina (si vos querés)”.
El recuerdo de Lennon es inabarcable. Pero queda la irrefutable idea de que así como el alfabeto, la imprenta y ahora Internet han cambiado la tradición literaria, Lennon, con los Beatles, cambió el curso de la historia de la música.
Publicado por: Tiempo Argentino.
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