Fue un creador único, un artista y hombre sin igual. Aún hoy las anécdotas de su personalidad resuenan con fuerza, desde su relación con Gardel, el folklore y el rock. Homenajes en Buenos Aires y Mar del Plata.
El tango no era algo que Ástor Piazzolla pudiera entender cuando aprendió a tocar el bandoneón. Tenía ocho años y vivía en ese entonces en Nueva York. Había nacido en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921, y a los cuatro años emigró hacia los Estados Unidos con su familia. Recibió de su papá, Vicente “Nonino” Piazzolla el primer bandoneón con el que pudo dar sus primeros pasos en la música.
Al poco tiempo, después de haber tocado hasta con Carlos Gardel, el bandoneonista volvió con su familia a la Argentina y allí su carrera dio otro vuelco. “Fui a ver un concierto de Arthur Rubinstein y me enloquecí. Al otro día me puse a trabajar en una composición, un concierto para piano y así, atrevido me fui a verlo. Él lo recibió y se puso a tocar, y cada tanto me miraba. ‘¿Le gusta la música?’ ‘Mucho maestro’, le contesté. ‘Entonces, ¿por qué no estudia?’”, cuenta el músico en una entrevista. El pianista polaco entonces le recomendó un maestro, se trataba de Alberto Ginastera, quien tuvo como primer alumno en su carrera docente a Piazzolla, durante seis años.
Tal vez su vida partida entre los Estados Unidos y la Argentina es lo que lo llevó a buscarle al tango una “vuelta más”, y lo convirtió en uno de los referentes de la revolución musical de nuestro país.
Los compases, la rítmica y los arreglos lo distinguen por sobre todos los bandoneonistas del país, y después de una ardua lucha comprendió que el tango necesitaba una nueva vuelta. “El tango diría que casi es como el jazz, tiene misterio, profundidad, dramatismo. Es religioso, puede ser romántico y puede alcanzar una agresividad que el folklore nunca podría tener, salvo la chacarera. Cuando empezamos con el octeto, por ejemplo, parecíamos salidos de un grupo de combate. ¡Éramos ocho guerrilleros subidos al escenario!”, describió Piazzolla.
En 1939, el músico pasó a formar parte de la orquesta de Aníbal Troilo y, gracias a una beca, se estableció en París para estudiar armonía y música clásica y contemporánea con la compositora y directora de orquesta francesa Nadia Boulanger.
En 1944 abandonó la orquesta de Troilo para formar una propia que acompañó al cantor Francisco Fiorentino, pero la experiencia duró hasta 1949, cuando abandonó el tango y el bandoneón para estudiar nuevas sonoridades.
Volvió a la Argentina en 1955 y formó el Octeto Buenos Aires (dos bandoneones, dos violines, contrabajo, cello, piano y guitarra eléctrica), que fue el motor de sus innovaciones compositivas y significó la ruptura definitiva con el formato tradicional.
La revulsiva experiencia del octeto continuó sólo hasta 1958, cuando Piazzolla lo disolvió para emprender un viaje a Nueva York donde trabajó como arreglador. De esa etapa surgió el célebre “Adiós Nonino”, escrito a raíz de la muerte de su padre.
De nuevo en Buenos Aires, ya en los ’60, Piazzolla conformó el quinteto que fue, acaso, la formación que mejor expresó sus ambiciosas ideas musicales (bandoneón, violín, bajo, piano y guitarra eléctrica). Inauguró un nuevo ciclo musical en 1968, asociado al tango canción, en conjunto con el poeta Horacio Ferrer y la cantante Amelita Baltar, que fue su pareja (en 1966 se había separado de su primera esposa, Dedé Wolff).
En 1972, Piazzolla se radicó en Italia e inició una serie de grabaciones, entre ellas “Libertango”, con las que se ganó el prestigio del público europeo. En sus últimos años, acaso los de mayor difusión de su música, intensificó su exploración en la música sinfónica. Murió el 4 de julio de 1992 afectado por una trombosis cerebral.
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Publicado por: Tiempo Argentino.
El tango no era algo que Ástor Piazzolla pudiera entender cuando aprendió a tocar el bandoneón. Tenía ocho años y vivía en ese entonces en Nueva York. Había nacido en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921, y a los cuatro años emigró hacia los Estados Unidos con su familia. Recibió de su papá, Vicente “Nonino” Piazzolla el primer bandoneón con el que pudo dar sus primeros pasos en la música.
Al poco tiempo, después de haber tocado hasta con Carlos Gardel, el bandoneonista volvió con su familia a la Argentina y allí su carrera dio otro vuelco. “Fui a ver un concierto de Arthur Rubinstein y me enloquecí. Al otro día me puse a trabajar en una composición, un concierto para piano y así, atrevido me fui a verlo. Él lo recibió y se puso a tocar, y cada tanto me miraba. ‘¿Le gusta la música?’ ‘Mucho maestro’, le contesté. ‘Entonces, ¿por qué no estudia?’”, cuenta el músico en una entrevista. El pianista polaco entonces le recomendó un maestro, se trataba de Alberto Ginastera, quien tuvo como primer alumno en su carrera docente a Piazzolla, durante seis años.
Tal vez su vida partida entre los Estados Unidos y la Argentina es lo que lo llevó a buscarle al tango una “vuelta más”, y lo convirtió en uno de los referentes de la revolución musical de nuestro país.
Los compases, la rítmica y los arreglos lo distinguen por sobre todos los bandoneonistas del país, y después de una ardua lucha comprendió que el tango necesitaba una nueva vuelta. “El tango diría que casi es como el jazz, tiene misterio, profundidad, dramatismo. Es religioso, puede ser romántico y puede alcanzar una agresividad que el folklore nunca podría tener, salvo la chacarera. Cuando empezamos con el octeto, por ejemplo, parecíamos salidos de un grupo de combate. ¡Éramos ocho guerrilleros subidos al escenario!”, describió Piazzolla.
En 1939, el músico pasó a formar parte de la orquesta de Aníbal Troilo y, gracias a una beca, se estableció en París para estudiar armonía y música clásica y contemporánea con la compositora y directora de orquesta francesa Nadia Boulanger.
En 1944 abandonó la orquesta de Troilo para formar una propia que acompañó al cantor Francisco Fiorentino, pero la experiencia duró hasta 1949, cuando abandonó el tango y el bandoneón para estudiar nuevas sonoridades.
Volvió a la Argentina en 1955 y formó el Octeto Buenos Aires (dos bandoneones, dos violines, contrabajo, cello, piano y guitarra eléctrica), que fue el motor de sus innovaciones compositivas y significó la ruptura definitiva con el formato tradicional.
La revulsiva experiencia del octeto continuó sólo hasta 1958, cuando Piazzolla lo disolvió para emprender un viaje a Nueva York donde trabajó como arreglador. De esa etapa surgió el célebre “Adiós Nonino”, escrito a raíz de la muerte de su padre.
De nuevo en Buenos Aires, ya en los ’60, Piazzolla conformó el quinteto que fue, acaso, la formación que mejor expresó sus ambiciosas ideas musicales (bandoneón, violín, bajo, piano y guitarra eléctrica). Inauguró un nuevo ciclo musical en 1968, asociado al tango canción, en conjunto con el poeta Horacio Ferrer y la cantante Amelita Baltar, que fue su pareja (en 1966 se había separado de su primera esposa, Dedé Wolff).
En 1972, Piazzolla se radicó en Italia e inició una serie de grabaciones, entre ellas “Libertango”, con las que se ganó el prestigio del público europeo. En sus últimos años, acaso los de mayor difusión de su música, intensificó su exploración en la música sinfónica. Murió el 4 de julio de 1992 afectado por una trombosis cerebral.
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